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La inteligencia artificial llegó para quedarse. Y como cada vez que aparece algo nuevo, lo primero que hacemos los humanos es resistirnos. Nos pasó siempre. Cuando surgieron máquinas que reemplazaban el trabajo manual, cuando llegaron las cadenas de montaje, cuando los bancos empezaron a automatizar tareas. En su momento todo eso se sintió como el fin del trabajo. Hoy, casi nadie querría volver a coser a mano doce horas al día o contar billetes uno por uno. Esas tareas que parecían tan humanas resultaron, con el tiempo, lo más inhumanas que podían ser.

Lo interesante es entender que el trabajo no es una esencia eterna, sino algo que se va construyendo y reconstruyendo en cada época. Lo que en un momento parece amenaza, después se vuelve natural, y lo que considerábamos esencial termina transformándose en otra cosa. La inteligencia artificial no es distinta: es otro hito de esa evolución.

En recursos humanos (o gestión de personas, que suena un poco menos industrial) la historia también fue así. Lo que antes se conocía como “oficina de personal” estaba para controlar horarios, armar legajos, liquidar sueldos y organizar alguna celebración. Con el tiempo, ese lugar pasó a ser socio estratégico del negocio: pensar qué cultura necesita la empresa, cómo atraer y retener talento, cómo acompañar los cambios de un mundo que ya no da respiro.

En ese contexto, la IA no viene a reemplazar nada esencial. Viene a quitar peso de lo que es repetitivo, lo que nos come tiempo, lo que ya hace rato deberíamos estar automatizando: filtrar currículums, procesar planillas, controlar horarios. Y al mismo tiempo nos empuja a enfocarnos en lo que realmente importa: el bienestar, la cultura, la productividad, el desarrollo. Lo que, en definitiva, hace la diferencia.

Seamos sinceros: ¿alguien puede decir que filtrar seiscientos mil currículums a lo largo de una carrera es una experiencia que nos desarrolla profesionalmente? ¿O que hacer mil entrevistas de sondeo nos acerca a nuestro propósito? ¿O que aplicar baterías de evaluaciones de forma mecánica aporta algo más que desgaste? Recursos Humanos tiene demasiado para dar como para que lo mejor de nuestro tiempo se vaya en esas tareas. Y justamente ahí la inteligencia artificial puede ser una aliada: liberar lo repetitivo para que podamos poner el foco en lo que agrega valor real.

En Uruguay estamos recién en el arranque. Solo un seis por ciento de los trabajadores usa IA todos los días, casi la mitad no la usa nunca. Pero la demanda de perfiles con conocimientos en inteligencia artificial creció más de ciento noventa por ciento en apenas dos años, y cada mes aparecen cientos de avisos laborales nuevos en esa línea. Es decir: las empresas ya lo están pidiendo, aunque todavía no lo estén aplicando a fondo.

Por eso necesitamos algo tan simple como difícil: darnos tiempo para aprender, y también para desaprender. Explorar estas herramientas, repensar procedimientos, animarnos a experimentar. No porque la IA vaya a salvarnos, ni porque sea la panacea, sino porque ignorarla sería quedarse mirando cómo pasa el tren.

Y, por supuesto, nada de esto reemplaza los debates más grandes: qué pasará con la desigualdad, con los derechos laborales, con la privacidad de los datos, con el impacto social y político que la inteligencia artificial puede tener. Son discusiones enormes y necesarias, que no quiero simplificar.

Lo que sí me interesa, de forma un poco arbitraria si se quiere, es detenerme en el uso de la IA en recursos humanos. Porque es el espacio en el que trabajo y el lugar desde donde puedo pensar. Una decisión instrumental, sí, pero que me parece válida: mirar cómo estas herramientas pueden ayudarnos a soltar tareas repetitivas y enfocarnos en lo que realmente hace la diferencia en la gestión de personas.

Alejo Acosta

Líder Estratégico de Capacitación y Consultoría en Human Phi